Formada en la Universidad Católica y en la Universidad de Oxford, la historiadora se incorporó recientemente a la Academia Chilena de la Historia y es la única integrante mujer con especialidad en historia clásica. La perspectiva de Roma y Grecia –asegura– puede también iluminar nuestros desafíos presentes en materia de democracia y procesos constitucionales.
Como un amor de juventud describe Catalina Balmaceda Errázuriz la relación que generó con el político y pensador romano Marco Tulio Cicerón. Las lecturas de novelas históricas, entre ellas La columna de hierro, la conquistaron paulatinamente. Catalina admiraba la coherencia de este personaje, su integridad y defensa acérrima de la República y, por supuesto, la lucha que dio frente a su archienemigo Catilina, con quien también disputaba el amor de una mujer en la novela. Pero no pasaron muchos años para que el personaje se le “cayera del pedestal”, cuenta.
Según relata, fue el estudio y el rigor de la investigación que realizó lo que le permitió comprender la verdadera dimensión de Cicerón, con sus luces y sombras, y un pragmatismo que lo llevó a casarse más bien por conveniencia y a oscilar en sus posturas políticas.
Sin embargo, tras una desilusión inicial, Catalina Balmaceda ha valorado el pensamiento del filósofo, incluso imparte un seminario especializado en él. “Para escribir historia tenemos que tratar de entender a los personajes que actuaron en el pasado. Comprender su psicología y las razones de su conducta en un contexto determinado”, dice la académica del Instituto de Historia de la Universidad Católica, quien es también doctora y magíster de Historia Antigua de la prestigiada Universidad de Oxford. Especializada en historia clásica, fue nombrada recientemente académica de número de la Academia Chilena de la Historia.
LA VIRTUS ROMANA
A diferencia de la inmensa mayoría de sus colegas, tanto en Chile como en América Latina, ella es una de las pocas que se ha especializado en Roma y Grecia. A menudo relata que esto le significa tener que justificar su existencia. Como si fuera poco, esta especialidad implica aprender dos lenguas muertas –latín y griego antiguo–. Para fundamentar su opción suele decir que la cultura clásica es la base de nuestra civilización.
“No se entiende nada de lo que somos sin conocer a Grecia y Roma. ¿Qué significa república? ¿Adónde me lleva este término?”, afirma. Definiciones como estas y su trayectoria histórica interesan más aún en una coyuntura en la que países como Chile evalúan cómo abordarán su futuro, con procesos constitucionales, crisis de legitimidad, descontento ciudadano y fragilidad de la democracia. Uno de sus libros más recientes Virtus romana: política y moral en los historiadores romanos acaba de editarse por segunda vez. Este aborda el rol relevante que tenía la virtus en la política y sobre cómo se debían comportar los buenos ciudadanos y, especialmente, los líderes del imperio. Se trata de un concepto al que Catalina Balmaceda le dio muchas vueltas durante su proceso de investigación. Después de avanzar en una línea e incluso plasmar sus indagaciones por escrito, se percató de que en realidad virtus implicaba otra cosa, obligándola a darse más tiempo para continuar su revisión del concepto. Ocurrió cuando estaba haciendo su tesis doctoral en la Universidad de Oxford. Es precisamente este descubrimiento durante una investigación ardua lo que ella más valora de ser historiadora.
—Has investigado en profundidad el concepto de virtus, ¿qué significaba para Roma y qué implicancias políticas tenía?
—Es interesante constatar que los historiadores romanos se explicaban la política en términos morales. La historia reproduce esa visión y esto implica que si, en definitiva, hay buenos gobernantes, a ese pueblo le va a ir bien. En cambio, cuando hay una decadencia en las formas políticas es porque sus líderes se comportan mal, luego empiezan las luchas internas y problemas sociales. La explicación de los fenómenos históricos se hacen desde la moral y por eso el concepto de virtud es tan central. Virtus significa tanto valentía como virtud. Proviene del “vir” que significa varón y lo propio de lo masculino, para los romanos, al ser una sociedad militarizada, era ser valiente. Lo interesante es que con el tiempo la sociedad romana comienza a diversificarse, y la guerra no es lo único importante, el concepto se va abriendo y no se entiende solo como la excelencia del varón, sino que también la del ser humano, y esta se obtiene precisamente a través de las virtudes. Es la unión entre valentía y virtud. Me costó mucho llegar a esa conclusión, pero me parece muy fascinante cómo se logra desarrollar la palabra que incluso termina por abarcar a las mujeres o a los esclavos en ese período.
—¿Y cómo condiciona a la política?
A los romanos les importa el tipo de hombre que está en el gobierno. No son las instituciones, son las personas. Un senado será bueno si está compuesto por quienes busquen la excelencia del ser humano a través de leyes adecuadas. Precisamente los historiadores romanos tenían como principal propósito promover la enseñanza y escribían para formar buenos políticos, había un fin muy pedagógico y buscaban influir en el presente mostrando estos modelos. Tanto el gobierno de la polis en Atenas o de la república en Roma debía hacerse con hombres buenos, que aprendieran de los buenos ejemplos que transmitían los historiadores, y evitaran las malas prácticas en las que habían caído determinados personajes. Hoy esta forma de ver las cosas nos parecería muy moralista o casi ingenua, los lectores modernos deben sacar sus propias conclusiones. En todo caso, en lo personal no me interesan tanto los romanos por lo distintos que eran a nosotros, sino por lo parecidos que son y lo que podemos aprender de ellos.
—¿Cómo se esperaba que fuera el buen ciudadano romano en ese contexto?
—Como decía anteriormente, en una sociedad guerrera lo más importante para el varón era ser valiente, porque tenía que ir a muchas guerras, pero cuando la sociedad se va ampliando aparecen otras formas de ser un buen ciudadano, uno puede aportar como historiador, como orador, siendo honesto, íntegro y recto. Sobre todo es a través de la política que se puede destacar en Roma. Esta era la ocupación más alta a la que se podía aspirar. Cicerón dice cuando empieza su libro sobre la República que el gobernar las ciudades es el quehacer más alto de los hombres, porque se asemeja al de Dios, quien gobierna el mundo.
—¿En qué se diferencian los historiadores romanos de los griegos?
—Grecia plantea un modelo ideal. En Platón y en Aristóteles están todas las definiciones de las virtudes, pero no es un modelo encarnado y que se haya dado en la realidad. Es un ideal al que tenemos que aspirar. En cambio, Roma es un pueblo más práctico, enseña con ejemplos encarnados. Ahora estoy escribiendo sobre las guerras civiles de Roma. Los historiadores dicen cosas negativas de los generales romanos, de su ambición, de la envidia y la avaricia. Ahí por contraste, están mostrando un modelo también.
EL LEGADO DE SU MAESTRO
Catalina Balmaceda recuerda que cuando tenía 14 años ella ya sabía que iba a ser historiadora. Su pasión por la lectura la había acompañado desde pequeña. Como hija mayor de cinco hermanos recuerda que sus vacaciones de verano las pasaba con la compañía de libros y novelas históricas. Ingresó a estudiar historia en la UC en 1989, poco después del plebiscito. Recuerda que si bien había diferentes posturas en lo político entre sus compañeros de curso, estas lograban manifestarse sin que hubiera una cultura de la cancelación, como la que se ha advertido últimamente.
En la Universidad de Oxford la marcaron académicos como Michael Comber y Miriam Griffin. Junto a Comber trabajaron en diferentes investigaciones. “¿Tú seguirías en este proyecto si yo no continúo en él?”, le preguntó él en una oportunidad. Ella le contestó afirmativamente. Poco después, el historiador fallecería producto de un cáncer al hígado. Catalina Balmaceda concluyó posteriormente la obra conjunta Salustio: La guerra contra Jugurta, con dedicatoria al profesor.
Esa relación personalizada ella también la intenta propiciar con sus estudiantes, a través de reuniones o incluso un almuerzo. De Oxford también aprendió un modelo de tutoría que consiste en que los alumnos deben leer extractos de su ensayo en voz alta, a lo que sigue una conversación sobre el texto, instancia en la que deben defender sus ideas.
APRENDER DEL PASADO
Como nueva integrante de la Academia Chilena de la Historia espera aportar con una mirada desde la historia antigua que le permita tener una visión y perspectiva de conjunto, más allá de lo que ha sido la trayectoria de Chile o de América Latina. “Hay cosas que van pasando a lo largo de la historia que, si no se repiten exactamente, son parecidas y se puede sacar mucho provecho de ellas y revisar cómo se han intentado solucionar”, afirma. En ese sentido, si bien no percibe que exista un desprecio por el pasado en el mundo actual, sí se enfrenta con una visión cortoplacista que pareciera valorar beneficios que son tangibles en la inmediatez. “Bajo esa mirada, en un colegio pareciera ser más importante que un alumno aprenda de computación que de historia, pero es imposible para la humanidad renegar del pasado, porque nunca se va a entender a sí misma”, dice.
—Chile está en estos momentos inmerso en un proceso de definición de una nueva constitución, ¿era este un tema que también ocupaba a romanos y griegos?
—A menudo tendemos a pensar que las situaciones que estamos enfrentando en la actualidad no se han vivido nunca antes. Justamente lo que nos entrega la larga perspectiva de la historia es que sí se han vivido antes esos procesos. Por ejemplo, los atenienses sí se plantearon cuál es el tipo de constitución o de sistema de gobierno que mejor les iba a resultar a ellos como ciudadanos. Se teorizó y también se llevó a la práctica, se analizaron los aspectos que resultaban necesarios. En Roma también ocurrió. Por lo que no hay nada nuevo en plantearse cómo queremos vivir en sociedad. El hombre, al cual Aristóteles define como animal político o social, siempre se está cuestionando cómo vivir mejor en sociedad y qué implica esto. No es que la historia tenga un fin directamente práctico y que podamos copiar lo que se hizo en el pasado, pero sí entrega más información para contar con un entendimiento del problema mucho más completo.
—¿Cuál es el legado de Grecia y Roma en materia constitucional y aprendizajes que podríamos extraer?
—La importancia de buscar el bien de toda la sociedad. Pero no podemos idealizar. En Roma también hubo estallidos que fueron bastante violentos por lo demás, con numerosas muertes. Después llevaban a un periodo de reflexión y generalmente los nobles terminaban haciendo concesiones al pueblo. De lo contrario, se volvían a rebelar. Pienso que el Rechazo a la propuesta constitucional ganó con una mayoría muy amplia, porque era muy evidente cuáles eran los grupos que iban a salir beneficiados y debido a que el proyecto de Constitución no buscaba el bien de todos.
Vivimos en un período de mucha desidia y desafección con la política por parte de la ciudadanía, a los ojos de los romanos esto resultaría muy cuestionable, pues se sancionaba a quienes no querían participar. El ciudadano romano y el ateniense tenían muy claro cuáles eran sus derechos, pero también eran conscientes de sus deberes. No se trata de idealizar a la sociedad romana. Evidentemente había conflicto entre quienes tenían privilegios y los que tenían menos. Pero hay diferencias notorias. Hoy vemos que existe una división muy clara entre la vida privada y la pública. En el mundo antiguo eso no existía. La vida privada era también pública. Todo el mundo sabía cómo vivía esa persona y la comunidad servía al mismo tiempo como freno a los excesos.
—Pareciera faltar ese rol pedagógico de los historiadores romanos para generar más cohesión e interés en la cosa pública…
—El papel del historiador en Roma era muy importante, porque era quien transmitía el conocimiento a la sociedad. Una cosa que se hacía mucho en Roma era fomentar y que siempre estuvieran muy presentes los modelos. Hoy vemos que se derriban las estatuas, parecieran dar lo mismo. Creo que tener héroes es algo bueno, siempre que sea dentro de un marco razonable pero, en ese sentido, pienso que estos se han ido perdiendo y, con ello, el buen amor a la patria. Será justamente este afecto el que hace que no dé lo mismo votar en las elecciones, porque como ciudadano me siento parte de algo. Con la globalización se va perdiendo ese sentimiento y conciencia de pertenecer a un pueblo, al que todos tenemos la misión de sacar adelante.
—Esta falta de referentes en el mundo de hoy lleva a muchos a relevar una crisis de líderes capaces de convocar, que pareciera distar de lo que ocurría en la antigua Roma o Grecia.
—El liderazgo romano se basaba en el mérito y también en contar con antepasados que, por ejemplo, tuvieran cónsules entre sus familiares. El código de logros, de conducta y las victorias militares eran una exigencia. Asimismo, era muy importante la oratoria, el hablar bien. Resultaba vital que las masas te siguieran. Me parece que hace mucho tiempo que no oigo un líder político chileno con una oratoria que me convenza. Una de las cosas importantes que tiene que lograr un líder es convencer por la razón.
—A menudo cuando leemos sobre Roma o Grecia emerge una historia centrada en grandes líderes, la inmensa mayoría eran hombres, ¿pero cuál era el rol de la mujer en la política?
—El caso de la mujer romana yo lo encuentro fascinante, porque a diferencia de la griega, tenía una participación mucho más importante en la sociedad. En su casa se celebraban reuniones políticas, las mujeres podían ser portadoras de noticias, de información secreta, y también han sido descritas como personajes políticos que incluso maquinaban planes. Si bien la mujer no podía gobernar, jugaba un papel muy importante, muchas veces a través de una alianza matrimonial, que le reportaba influencia, poder y dinero. Hemos encontrado testimonios de mujeres que se rebelaban frente a impuestos especiales para las joyas. Las nobles salían a las calles, y bueno, los senadores tenían que retroceder con sus leyes. Agripina, la madre de Nerón, fue un ejemplo muy nítido de poder. Logró que Claudio, su tercer marido, lo nombrara como su heredero, cuando ni siquiera le correspondía el trono. Fue tanto lo que Agripina influyó en la política y movió los hilos –como nieta, hermana, esposa y madre de emperadores– que Nerón no se sentía libre para gobernar y decidió deshacerse de ella.
FUENTE: Entrevista publicada en Revista Universitaria Nº 171
- Por Matías Broschek
- Fotografías Karina Fuenzalida